Escritos
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Fundición en los sinfines del lujo

Antes de caer en desesperación, me dispongo a lo que venga… y aquí vamos. De un fundido negro surge una conversación que nadie hubiera querido escuchar (ni él ni ella):  -ella: ¿y a quién vas a defender hoy? -él: según la plata -ella: ¿la plata es lo importante? -él: lo único importante, yo estudié para verdugo, martirizar gente, eso hago yo.

Él siempre creyó que cuando hablaban de un ambiente pesado, exageraban. Ahí estaba esa sensación que al negar, creía conocer. Le exigió que se vayan de ahí, con un beso. No era el beso de la muerte, pero se parecía mucho, era el beso del adiós, un beso seco que no sabía a nada y que además, estaba muerto. En el camino a casa ella no dejó de repetir: -solo quiero un día poderte decir que nunca nos faltó nada, mientras él respondía; -yo quiero que no me veas como un cajero automático sino como un proveedor de otras cosas, amor puede ser una de ellas.

Que hoy se acabe, que mañana no empiece -a menos que sea urgente- y que ayer, no nos condicione. Porto con sumo orgullo algunas cosas, no el apellido, no la religión, no mis conocimientos, no mi nacionalidad, sino la condición que me salvó la vida, la patología que me permite estar aquí ahora, soy un enfermo agradecido, con mi enfermedad. -¿Dónde vives? -En el pasado. Me sorprende que sigas aquí ¿no te habías ido ya hace años? A veces estar en la mitad de tu vida te hace caer en cuenta que sobreviviste varias veces y que hoy no hay nada que te pueda herir ni nadie que te pueda matar.

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