Diez minutos
Era un tipo normal. Le avergonzaba que sus hijos se avergüencen de él. Le gustaba ver a los ojos a su mujer, cuando no había que comer. Enfrentaba a sus acreedores en silencio. Ponía su cara de silencio y le daba la cara al mundo despiadado y se sometía a las inclemencias de la posmodernidad, sin decir ni pío. El avance tecnológico más importante con el que contaba, era que no le corten la luz, el mayor placer era tener agua para bañarse. Vivía en una ciudad normal. Una ciudad que mataba las tardes con naranjas y morados, una ciudad un tanto estúpida que aplaudía lo ilógico, pero repudiaba la inercia de lo inhumano. Esa ciudad se reforzaba con gente de otras ciudades, que decía que no tenía porvenir. Había días que era imposible vivir en esa ciudad. La música en las calles era ensordecedora, los olores implacables, la iluminación destellante y los dinosaurios. Este hombre creía en algunas cosas, pero ninguna religiosa o política, en ese sentido vivía tranquilo, decía. Era muy poco lo …
