Y cada vez que entro a esa habitación desocupada del fondo, me espera siempre sonreída la foto de aquella abuela que si me hubiera conocido, me hubiera querido mucho, casi como si me hubiera conocido. Me espera para sonreírme, y cuando llego, me sonríe, como si el mundo se hubiera acabado ya. Como si ninguno estuviera vivo. Como si
Soy trescientas personas a la vez, pero en mi casa no existo. ¿Soy mi blog, mis amigos, mi forma de matarme, mi necedad? Mi mamá no sabe que cuando escucho flamenco me acuerdo de ella, yo tampoco lo sabía, ¿soy acaso el flamenco que escucho cuando recuerdo a mi madre? Y no soy más. No soy ario, agrio talvez. No soy jefe de familia, no soy jefe de nada, nadie es mi jefe, mi jefe es un don nadie, ser jefe de nadie. Te hice en una canción, no te hice una canción. Te hice creer que te hacía el amor y eso que no fingí que te lo haría creer.
Un segundo de distracción que puede acabar con la humanidad. Una gota de petróleo. Un ataque de democracia. Una alegoría crediticia. Un fenómeno en aumento. Un silencio en la avenida. Un recuerdo olvidado me persigue para que le vuelva a recordar. Humillarnos drásticamente a diario con el único pretexto de vernos y perdonarnos. O mejor desconocernos y dejar de ser hermanos, sin que nuestros padres se enteren.

