Ay de aquellos que perdieron la esperanza por última vez. Alambres que no llevan a nada. Mis mamás siempre me reclamaron por mi mirada, esa que insolente y sin hablar, explicaba cuán insolente soy. Se me perdieron algunas cosas en el camino, no el camino. Ser oruga, un sedimento pluscuamperfecto, un documento insonoro, un elemento que ayuda por más poco que sea. Soy lo que me gusta ser y no quiero pensar en lo que hubiera podido ser, si no… Te repito una y otra vez aquello que siempre te repito, sabiendo que no lo quieres entender y que no lo sé explicar, para ver si te crees lo que siempre hemos sabido mentira, para comprobar si te olvidas lo que siempre verdad. Ay de aquellos que se aferran a las palabras. De aquellos prisioneros de sus posesiones, de aquel objetivista con la frialdad de los números, esos que dominan su cabeza… Me encontré con un compañero de colegio al que no veía quince años, le pregunté ¿en que andas? Me contestó: haciendo plata, que es lo más importante y lo único que cuenta. No podemos medir el éxito de las personas por el colegio en el que están sus hijos o por el auto que manejan, me dijo en otra ocasión una sabia señora. Un gran amigo me dijo una vez: ¿para qué voy a tener plata en el bolsillo si puedo invertirla en un buen disco o en un libro? Esa guerra que libramos cada instante que estamos con vida, esa batalla interna que nadie pierde, que solo uno [nadie más] cuantifica los daños. Esos soldados que rondan nuestras entrañas en busca de supervivencia, que por momentos confunden bandos, amigo con enemigo, esos cambios extraños de los que solo damos razón cuando estamos acostados en la cama a punto de dormir, pero algo nos lo impide [pausa] estamos cambiando.
Published on 2 abril, 2012
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