Escritos
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Juicios como muelas

¿Qué tienen de malo las malas palabras? Las encuentro tan rotundas. Me fastidia la gente con hábitos y educada, se la ve tan expuesta. Menos protocolo, mayor desarrollo. En un sencillo pero emotivo acto te desconecto, me voy a mentirme en otra parte, donde pueda ser injusto conmigo, sin ser juzgado, un lugar donde me encuentre contigo y contigo otra vez. ¿Por qué nadie quiere ser juzgado? ¿Por qué nadie tiene autoridad para juzgar a nadie? ¿Por qué juzgar es pecado? ¿Por qué me juzgan? A veces me doy cuenta que soy mejor persona de lo que jamás imaginé y otras veces siento que me falta tanto para ser bueno, otras no pienso, otras pienso que también fui un completo hijueputa. Por respeto no me atreví a tomarle una foto con un súper acercamiento facial, fue demasiado, estar cerca de su estatua. Me reservo todos mis derechos para usarlos en una emergencia, me resisto a matar, me condeno a existir, me retuerzo sin dolor y a pesar de no haber sido el mejor día, me esquivé. Supe (sin saber cómo) que era el momento. Nadie me enseñó. Solo supe. ¿Qué ‘corona’ tienen los dentistas que no son incluidos en los seguros de salud? Me falta un verbo, uno que no sólo describa, uno que derribe esa puerta que nos separa de la palabra pronto, un verbo que se disfrute al decir, un verbo que transporte aquello que dejamos de sentir a un baúl inesperadamente añejo, un verbo que se interponga entre nosotros, que no nos deje respirar, que nos enseñe a ser adultos, que nos enseñe todo aquello que se olvidaron de enseñarnos en la escuela, un verbo con sabor a esto, esto que nadie más que tú y yo podemos celebrar. Una cena que no se trate de comer, un postre que se derrita antes de llegar a la cuchara, una maniobra que no nos delate, que nos corrompa. En silencio te rezo para que seas eterna, sin necesidad de serlo yo también. El relajo que se va a armar si provocamos esta soledad, si nos bifurcamos en un santiamén, el residuo de nuestros cuerpos que nadie va a saber donde poner. El billete de dólar que Sucre se gasta a diario para escribirnos un correo desde el más allá y decirnos, eso que le faltó decir y que su esperanza de resucitar alimenta. Esa humareda que irrevocablemente será de un fuego cutáneo, que no quemará sino semanas más tarde. Pienso que es mejor olvidar cuando las memorias no son nada más que heridas, heridas que generan más dolor ¿cuántas clases de dolor conoce el hombre? ¿Y la mujer? ¿Duele más dar a luz un hijo o una piedra en el riñón? Es doloroso no saber tantas cosas que nunca vamos a saber, a saber: palabras sobrecondimentadas, momentos que no vivimos y en general esas ausencias que en forma de minas antipersonales nos arrebatan el sudor, que fomentan la depresión, esas bienvenidas que nunca recibimos por estar presentes en otro lugar. Farmacia.

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