Escritos
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inCONSECUENCIAs

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Estoy aprendiendo a callarme la depresión, a sentirme importante para mí, que hacer felices a los demás no me libera de nada, que ser libre no me exime de no portar alas, que tener un arma no justifica usarla, que seguir vivo no significa merecerlo, que sobrevivir no es una cuestión de dinero, que la dignidad no está en algún lugar entre la cédula de identidad y la tarjeta de crédito. En una charla un tipo que no había inventado nada, hablaba sobre nuestra asquerosa ciudad y que todos y todas las que la habitamos, no tenemos inventiva para crear conceptos o tecnología [o ninguna de las dos]. Sentí ganas de suicidarme por un instante, todos debíamos sentirnos así, esa era la intención del discurso, asumo. ¿qué más se puede esperar de un pueblo híbrido, mezcla de tantas razas y culturas que no sabe lo qué quiere, ingobernable, que en la sierra nos entra muy poco oxígeno al cerebro y en la costa demasiado, machistas, sexistas, subordinados por nuestras propias limitaciones y que preferimos refugiarnos en el alcohol antes que mirar a los ojos [a la vida], improductivos si nadie nos controla, infieles, ratas, avivados? 1001 maneras inaceptables de comportarnos cuando sabemos que decir algo es un error, que criticar es otorgar perdón, que gritar es un regalo, que llorar está bien visto por los que saben llorar, que sufrir es un derecho al que se debe renunciar, que sobresalir está mal, que perder el miedo a arriesgarnos es un homicidio en potencia, que volar es un acto de fe, que rendirse y quedarse dormido no son lo mismo, que jugar no es tomárselo a la ligera, que irrumpir con un mensaje rebuscado está bien, pero no aquí…

¿De qué color eran las flores de esas fotografías de décadas que pasaron sin dejar huella?

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