Escritos
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Inventariado

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Inventar palabras que junto a las más de ochenta y siete mil que ya existen, ayuden a explicar lo que sentimos cuando nos quedamos huérfanos de ellas. El libertinaje de expresión del feisbuk. Las caídas que nos enseñaron a levantarnos aunque no estuviéramos listos (ni para caernos, peor para levantarnos). Esas mañanas libres de smog que perpetuaron en nuestros corazones puro y neoliberal resentimiento. Cada palabra que quisimos borrar del viento, que dijimos al aire pero que la memoria histórica grabó para siempre, contra nuestra voluntad lingüística. Esas visitas a la abuelita que no hicimos, no porque no quisiéramos sino porque no sabíamos que ellas realmente las necesitaban. Esos saludos de pésame que dejamos caer innecesariamente sobre los hombros de los que quedaron vivos. Cientos de libros que nunca vamos a leer por convicción o por falta de hábito a leer libros, que hagan temblar nuestra tierra. Te deseo un libro, dijo un amigo en el tuiter. Esa época de nuestras vidas en la que permanecimos sujetados con los dientes a una idea y nada nos pudo soltar, sólo el tiempo, y a lo mejor las aguas. Reducir el tamaño de la brecha que separa tu rostro de mi desesperanza. Besar el asfalto. Seducir al silencio que se genera en nuestros cerebros cada vez que dejamos de pensar en algo en especial. Gadgets que sirven para sustituir. El amor que sirve para llenar el vacío que deja la ausencia de la falta de dolor. Los amigos que pasan delante de nuestras vidas sin visa de residentes, como aliens. Premio Nobel de la desidia. Campamentos bacteriológicos no contactados. Zafarrancho científico. Leguleyemos.

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