Voy bajando por una calle adornada, parece que celebran algo, no sé si es importante. Las mujeres llevan más prisa que los hombres, no recuerdo fechas así. Al detenerme frente a los escaparates, se intensifica lo festivo, desde lo alto de las tiendas descienden imitaciones de hilachas de nieve, no hace frío. Siempre me ha estorbado la nacionalidad de la gente, que la tengan, que la puedan lucir o avergonzarse de ella, Dios no nos agradece que creamos en él. De pronto todos cambian de planes, la lluvia, nadie estaba preparado, es un bochorno, nadie se puso ropa que se vería bien mojada. Empiezo a sentirme incómodo, como si me hubieran negado la visa después de haber llegado, más forastero de lo que ya era de por sí. Sale humo de una casa, al parecer, el agua apagó una llama sin quererlo. Sé que no estoy soñando, únicamente porque entiendo el idioma que hablan. Me siento grande porque he decidido renunciar a cualquier clase de responsabilidad, a la que nunca me sentí atado. Estiro los pies para sentir algo de frío. Reconozco calles que sospecho me olvidaron, insisto, le saco una sonrisa a un ave, quiero salir de ese país que me recuerda a tu infancia infeliz, llena de persecuciones, pero me quedo, como todos nos quedamos, como se va quedando la vida en cada pedazo de felicidad. Tomo un sorbo de café para no quedar mal con mi madre. Despechado sospecho que no escribo para nadie en especial, solo para morir más lento, para dejarte recuerdos semidormido, para eyacular mis simplezas que nadie querrá leer, para volverme agua, chorros de cristalino quemeimportismo, apáticas bocanadas de un humo sin par. Te voy a cantar toda la vida, aunque no sirva para llenarte de esperanza, aunque no me asegure que vayas a volverte eterna. Amor, por lo absurdo. Rebuscar en las calles, eso insostenible, eso de lo que sacamos pecho en nuestros currículos. Esa distancia que no admite una segunda opinión. Ese desgarro que no dura ni demasiado ni suficiente. El comienzo de algo.
Published on 20 mayo, 2014
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