Tenía pensamientos, pero no conseguí papel y lápiz. Por algún motivo rechazo la tecnología en ciertas circunstancias, frente a un teclado no me sale ni una rima, ni una pregunta, peor una respuesta.
Con el lápiz en cambio comencé preguntándome ¿Hay más gente conforme o inconforme?
Hay robots en ciudades estéticamente impecables, con casas a las que se les impone una misma paleta de colores pasteles, donde no hay graffitis espontáneos, (sino sitios destinados para arte callejero), sin basura, ni en el puerto… ¿A dónde va toda la moda pasada que nadie quiere usar? ¿A dónde va todo el plástico de las fundas de las millones de personas que vienen cada año a renovar su armario y su ego?
No vi basura, sólo casas y mansiones perfectas, sin nadie, pero más grave aún sin nadie disfrutando de ellas, no divisé ningún humano, eran como bodegones muertos de fantasmas billonarios. El city tour de moda es morbosear la opulencia ajena.
Describió esta metrópoli un pakistaní, (uno en un millón de inmigrantes) como la «ciudad esclavitud»: trabajo-Walmart-impuestos-trabajo. Cada año vuelve a Pakistán en un viaje de veinticuatro horas para ver a su madre, cuando pregunté si quisiera volver, me dijo que le basta con cocinar su curry y recordar sus raíces.
Un cubano en cambio me dijo que es la «ciudad de la libertad». Pasó en alta mar por días en una balsa con siete hombres. En los 90s Fidel descuidó la frontera por un saqueo que hubo en las calles llamado el «maleconazo», treinta y cinco mil cubanos se lanzaron al mar. Entre ellos Víctor. Pasó catorce meses en un campamento en Guantánamo, preparándose para cambiar su vida.
Una mujer chilena de shopping me dijo que fue esclava de un matrimonio con un hombre flojo, se liberó veinte años después, ahora se casó de nuevo, a sus cincuenta sueña con que El Vaticano apruebe las segundas oportunidades.
Otro migrante, sobreviviente del holocausto, lleva setenta años marcado con el número característico del horror nazi, tiene otro concepto de libertad y recuerda el campo de concentración. «No hay que dejar que olviden lo que sucedió, para que no se repita jamás», dice.
Cuando viajo espero encontrar historias de enciclopedia, museos, pero aquí todo es pop: el arte de Romero Britto, los edificios art deco y la música. Pero no hace falta estar en París, las historias las generamos las personas que las compartimos, en cualquier lugar, en cualquier centro comercial.

