Cuando me dejas sin ti y te llevas contigo, me gusta imaginar que sigues por ahí, que a una distancia imprudente, desapruebas mis exabruptos, te descolocas. Me gusta pretender que me miras, no sé para qué, es mi forma de justificar esta pertinaz desolación, supongo que necesito amarte, no me molesta imaginar que me miras. Invento diálogos que podríamos haber mantenido, los repito en mi mente, interpreto a todos los involucrados, corto, y vuelvo a empezar. Me gusta suponer que lo sabes todo de mí, que añoras nuestros años inmorales, que desde tu exilio me reprendes, que satanizas mis pecados. Me gusta fantasear con que tu mirada sigue fijada a mí, que todavía significo, que pasado no fui, que por las razones equivocadas, aún me recuerdas. Me gusta creer que sientes mi dolor, que físicamente nos lo repartimos, que no pasa un día sin que nos duela, que sufrimos unánimemente. Me gusta sumergirme en la fantasía de que estás, que manoseo tu compañía, cada maldito domingo lleno de inoportunidad. Tengo dos mil catorce amigos, ninguno sabe donde vivo. Me gusta soñar con que estoy siendo vigilado por alguien parecido a ti, que no damos vuelta páginas, que somos dos libros quemados por la dictadura, que no somos leyes de nadie, que apenas nos representamos a nosotros mismos, que morimos sin saber cómo hubiera sido seguir con vida, que nos despedimos sabiendo que hemos muerto un poco. Me gusta soñar que dejé la puerta abierta, para que entren los sueños que me gusta soñar.
Published on 19 agosto, 2014
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