Escritos
Deja un comentario

Baño en sangre

#118

No quise guardarme este relato solo para mí, así que, aquí va. Lo leo una y otra vez, con lágrimas en los ojos, especialmente de nostalgia. «Esas mismas leyes son las que nosotros quisimos crear en el pasado» me dijo, mientras suspendía su mano en el aire, como quien se aferra a un pedazo de su ilustre pasado. En esas ocasiones me recordabas a Velasco Ibarra, no te dije. Atesoraré por siempre y más que cualquier posesión, esos instantes contigo. Me sentaba a visitarte y escuchar las historias de tus visitas a recónditos rincones, donde te reunías con extravagantes comerciantes, y para mí el tiempo se detenía. Jamás intenté imaginar los escenarios que me describías, no hacía falta, tus palabras eran magia, escuchando tu voz sabía que cada palabra, representaba la más absoluta verdad. Me hablabas y en el devenir de tus palabras, la vida se resumía, la mía, la tuya, a esa altura era difícil distinguir. Conocías muchas personas importantes y ellos a ti, me gustaba imaginar que habías tenido esas experiencias, solo para poder transmitírmelas. Como si la configuración de dichos acontecimientos, había tenido algo que ver conmigo. Lloré mucho tu muerte, lo sigo haciendo. Cuando se fue deteriorando tu salud y dejaste de hablar, es posible que tus historias se hayan magnificado un poco, o a lo mejor no, no lo sé. Pero algo cambió. Fue como si se hubiesen archivado instantáneamente en un impoluto santiamén. Cada día, en lugar de difuminarse, las recuerdo con mayor nitidez, aunque no las haya vivido, espero sepas entender. Cuando requería consuelo, siempre recurría a la grandilocuencia de tu mirada. «La obra es innegable» disparaste en cierta reunión familiar, yo sé que a un ser humano se lo recordará más por aquello tangible (obras), que por los relatos que se hayan podido tejer a su alrededor (chismes), pensé yo. Siempre presentí que debido a tu avanzada edad, te metían ideas raras en la cabeza, aunque tú preferías nunca reproducirlas delante mío, no sé la razón. Solo lo hiciste una vez. Mientras te llevaba a comer, aseguraste que no podía irrespetar así la historia, que debía ser más consciente de lo que hace, creo que te referías a cierto acto oficial en el que no se había puesto corbata, es que así era él, todo desacorbatado. Algunos podrían pensar que con los años fuiste perdiendo la elegancia, pero no, se trataba tan solo de tu particular forma de evolucionar. Tomabas té, quién sabe de qué hierbas, en un jarro térmico, chupabas sorbos antes de concluir frases imponentes, después de refrescarte, dejabas caer esos finales como banderillas filosóficas, estéticamente perfectas, como solo tú sabías. Esos tés provenían de los más exóticos parajes posibles, siempre fuiste el humano más viajado que conocí.  A los dos meses de tu fallecimiento, desperté una noche de golpe como en pesadilla, con un horrible vacío en el pecho, como si te hubieses muerto ahí mismo, ese preciso instante. Así fue nuestra historia juntos, un sinnúmero de exabruptos sin hilo conductor, una mazamorra de momentos que hoy aquí (más que tratar de entender) estoy tratando de reunir. Otro de los recuerdos que me acompaña, es el día de mi primer cumpleaños. Vivencia que vuelve a mí, gracias a una sencilla fotografía. En ella me sostienes mientras intento torpemente apagar la vela en el pastel, tú sonreído, yo engreído. Siempre disfruté regalarte cosas, sabía que por más que intente, cualquier regalo que te lleve, no cambiaría el rumbo de tu vida, aunque los recibieras como si eso fuera posible. Mis obsequios al igual que yo, recibían un trato especial y un espacio privilegiado en tu casa, sin importar valor comercial o tamaño, el vino más corriente o los alfajores más mundanos. Hay algo especial que quiero mencionar, algo que nos dejaste como herencia. El trabajo. Nunca dejaste de trabajar, al menos mientras la salud te lo permitió. Y esa clase de patrimonio, no tiene precio. Voy a publicar esto, no como un homenaje, porque esos se hacen en vida, no como un lloriqueo, porque tu muerte fue lo único triste que nos dejó tu vida, sino como recordatorio, para leerlo y seguir recordándote. Siento que acabo de escribir algo trascendental, al menos para mí, algo que me debía, algo que quise dejarte, para la eternidad.

Deja un comentario