
photo: Sylvia Gómez
No sé en qué cuna despertamos. Por un largo tiempo no vamos a entender nada de lo que está pasando. Nuestros papás nunca quisieron conocernos, siempre nos dieron por sentado, pensaron que podrían llegar a vivir con y sin nosotros, a la vez. Por eso nos casamos juntos. Porque estorbábamos a terceros. Porque nuestra ropa usada olía a ese mismito instante. Nunca sabré cómo proceder cuando me faltes, siempre preguntarás por mí aunque nunca me vaya a ir. El día que nos muramos. Encuentro prudente irnos juntos, a donde haya que ir, cuando sepamos morir. Me voy a acordar de ti cada día que vuelva a nacer, aunque no intercedas por mí ante dios ni los hombres, la gente sabe que lo nuestro no está publicado en el face. Estamos en cada viaje, avión, cuando me desenterraste los oídos, nos enseñamos a ser humanos, en cada calle de cada ciudad de cada atardecer y en cada playa, en cada canción de Drexler y en cada menú de restaurante que compartimos, en San Miguel de Allende y en Roma, aunque te quedaras con hambre, porque también fuiste mi mamá, yo tu editor en jefe, mi guía espiritual, turística y la madre de nuestros hijos, que son de la ciencia y tuyos, que son de la tierra en la que nacieron y hermosos, de esta ciudad plagada de implantes que no cuajaron, de conciertos gratuitos en las plazas, de un millón de oficios, de comida, sobre todo de eso. De películas en la alfombra gastada de nuestras largas despedidas para dejar de adolecer, de llantos que pasan frente a nosotros, pedazos de flashes de vidas, que no son nuestras. Somos desenfocadas fotos de dieciséis, quince y doce años de entendernos, a veces retroceder y luego dejarnos de soportar, por un minuto o cinco días, no más. Somos esa especie de ausencia que nos hace falta sentir de vez en cuando, el apoyo cervical que nos impulsa de la cama desde julio de dos mil cuatro, la caída de Gutiérrez por teléfono, Bob Dylan y Nito Mestre, el día que volvimos a nacer en forma de diminutos duendes iracundos, nuestras madres y sus temas, nuestros padres y su sudor, nuestros muertos y nuestra pedagogía, hospitales y funerales, ceviches y postres pendientes, nuestras tonterías olor a gas, el implacable paso del tiempo que hace que doce años parezcan un suspirito, cada mala noche que dios sabe valieron la pena, somos Rosario y Venecia, cada decisión que tomamos pensando equivocadamente que acertaríamos, somos todos nuestros matrimonios, bautizos y fiestas de cumpleaños, Guardarraya y Pacheco, somos lo que escribimos y lo que sembramos juntos cada día, lo que renovamos, exactamente eso y nada más, el Kike y la Nori, la Florencia y el Luca, los amigos que se van y los que se quedan. Somos el día que nos perdimos, somos el llanto cuando nos reencontramos, el silencio cuando nos incomodamos, y la comodidad de nuestros abrazos, el profundo amor que tenemos el uno por el otro, somos dos, y cincuenta semanas al año somos cuatro. Escapistas, ventrílocuos, jazzistas, hiperpadres, payasos y cocineros, somos el calor de nuestros cuerpos enredados en el pellejo posterior de una cobija que escogimos juntos y que es testigo de que dormir contigo y conmigo, es amar. Nothing more. Nothing less.

Hermoso Kike, hermoso,sublime