
Ha muerto el más nauseabundo de los inhumanos, en medio del más ensordecedor de los silencios, en ese lugar inhóspito donde nadie -jamás- planeó morir. No vivía de la sensación de tener siempre privilegios, la ciudadanía con la que se nace, de la que nadie se hace, oración matinal con la que los mortales regresan de la muerte, los elegidos por nadie. Mortandad, alejados de nuestros derechos, morir alejados del derecho a morir dignamente, morir cada vez más distantes del derecho a ser vistos como iguales, discutiendo mediomuertos si más fácil es mejor morirse, o no. Mientras hoy te toca matar en vida a una madre sin hijos, mañana sufrirás una pesadilla perpetua para ti, y tus hijos, esos que decidiste no tener. Te prescribirán drogas que te harán sentir menos, inoculado de ansiedades, reducirán a cenizas eso que quedaba de ti, tal vez te deshumanicen al extremo de que quieras quitarte la vida, sin siquiera otorgarte la facultad de decidir nada. Hasta convertirte en borroso recuerdo de tu presente, espejismo surreal de lo futuro, ausente de tu pasado, que ni es tuyo, porque no tienes derechos; siendo mi derecho no reconocértelos jamás.
